Los amigos de siempre
Ayer almorcé con los compañeros de colegio (Sagrados Corazones, de la calle Villanueva - Madrid), promoción de mi hermano Emilio. Fue en Jai Alai, propiedad de otro compañero de algún curso anterior. ¡Una auténtica gozada! Buen revuelto de pisto y excelente solomillo, con buen vino. Pero lo genial es que aunque haga muchísimo tiempo que no nos veíamos algunos con algunos otros, parecía que anteayer hubiéramos estado juntos, tomando café o jugando al frontón o al balón-tiro ¡Qué sé yo! Y es que cuando estás tantos años, desde tan pequeño y vas creciendo a la vez, ésos, que al fin y al cabo, fueron tus primeras relaciones sociales, te son tan próximos como tus propios hermanos y aunque, como en esta ocasión, no sean los de tu curso, es igual, porque les estuviste viendo y tratando durante tu niñez, tu pubertad, tu primera juventud.
Entonces, desde el primer instante, al sentarte a la mesa, comentas las cosas de tu vida o de las suyas con la confianza de esa íntima amistad que ta da el paso del tiempo, el haber compartido los primeros juegos. Pues resulta que el que está a tu lado es un neurocirujano, uno de los mejores chicos de la clase, o el de enfrente, aficionado a los toros, como yo mismo, en cuya casa vi la primera corrida de toros televisada y el amigo cercano de tu hermano, al que sí viste más porque te lo encontrabas en el autobús, que era como cosa suya. Y el gran FAM, asturiano que canta asturianadas y que hacía el papel de profesor francés en una obrita de teatro que ensayamos mucho y no representamos jamás. ¡Y son tantos recuerdos al ver las fotos retrospectivas! Aquellos rizos negros se han vuelto, no ya blancos, sino que se han ido y no han vuelto. Y al repasar las fotos, ves que casi una fila entera de la clase ya no está, ya no vendrán a comer con nosotros porque han vuelto al desnacer y allí nos esperan. Hoy quiero brindar, en mi casa, con el agua de mi régimen, por todos ellos, por los presentes y los ausentes, por los amigos de toda la vida, por los de siempre.
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