Los globos olímpicos
Ya está. Los aros olímpicos nos la volvieron a jugar. Las ilusiones rotas, el denodado trabajo de un montón de personas, incluido S.A.R. el Príncipe de Asturias, el convencimiento de miles de españoles de todos los estamentos sociales de que "esta vez sí, esta vez nos toca", todo se ha ido al garete.
El príncipe de opereta de Mónaco ha vuelto a meternos el dedo en la nariz y vuelve a convertirse en nuestra mosca cojonera particular. ¿ Y por qué no se dedica con más ahínco a su señora, esa estupenda señora, doña Charlenne y nos deja en paz a nosotros? Sencillamente, porque le quiere bailar el agua a la France, para las olimpiadas de 2024. Lo siento por ella, por doña Charlenne, que seguirá sin comerse la pequeña rosquilla de su cónyuge.
Y es que, definitivamente, no nos quieren los de los aros. Nuestro deporte está en auge, en continuo ascenso; lo que antes fue "furia española" se ha convertido en auténtica técnica deportiva y vamos acaparando éxitos allá por donde vamos, en muy diferentes palos del deporte internacional: fútbol, tennis, waterpolo masculino y femenino, balonmano, baloncesto, natación, ciclismo, gimnasia, gimnasia rítmica, atletismo, hípica, alta doma ecuestre y un etcétera larguísimo que nos envidian por ahí fuera.
Los cinco aros se nos habían convertido en globos muy hinchados por nuestras ilusiones y esperanza; y los del COI nos los han pinchado con un alfiler amarillo.
Volvamos a inflar nuestros globos; sí, hagámoslo, pero esta vez desatemos nosotros el nudo y que nuestros cinco aros, convertidos en globos, salgan volando a toda velocidad, soltando cinco largas, espléndidas pedorretas para ese mundo que no quiere comprendernos.
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