Fermín
Desde el sábado en que te volviste al desnacer, no dejo de pensar en los ratos que compartimos. Unas veces en tu aquel viejo dos caballos, camino de Chinchón o de vuelta de allí, con aquella curva que se le resistía. Aquel año que comíamos a diario, o casi , en casa de mi madre. ¡Qué festines! No repitió plato en toda la temporada porque sabía que estábamos acostumbrados a comer en sitios de campanillas y se picó. Las partidas de mus, con Arturo y su padre, Antonio.
Una noche hubo un incendio en el piso bajo de la calle del Conde de Aranda y nos veíamos bajando los ciento y pico kilos de mi Padre, los cuatro pisos en su silla de ruedas. Todo se limitó a un siniestro nada más que regular en el armario de la anciana marquesa, cuya obsesión era su DNI y algo así como doscientas pesetas. En medio de aquella tragedia, nos reímos bastante y a mí me dió por echarle los tejos a la galleguiña que servía a la buena señora - ¡Ay, señoritu, qué cosas me dice! Y los bomberos, hachas en mano, dispuestos a no dejar piedra sobre piedra; tu intervención fue auténticamente providencial y los heróicos enfundaron la herramienta.
Hace un par de años o tres, Mercedes, mis cuñados y yo os visitamos en La Toja. De ese día es tu foto de arriba; te acababas de romper la pierna. Encantaste a Mª Jesús y Rosalino, con tu charla y tu buen humor, a pesar de tu estado de quietud obligada.
Tantos recuerdos, tantas cosas vividas, con y sin importancia. En estas últimas puches no te encontré bien; se lo comenté a mi doctora favorita y volvimos a Madrid un poco preocupados. Y el otro día, después de enviarme cuatro e-mails, te fuiste a jugar tu último campeonato de mus y, después, caiste al lado de Rosario y marchaste para siempre, que no en el recuerdo porque en eso estarás con nosotros de por nuestras vidas.
Ya sé que me llamarás maricón, pero esta vez no te libras del beso que te mando, mais no na boca. Rezo por tí, mamalón.
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