CUANDO ME MUERA
Porque tengo que morir, cuando me muera
dejaré de ver las hojas caídas del otoño,
dejaré de oler ¡Por Dios!
la primavera;
y dejaré de soñar, en sueño eterno,
mi sueño inverosímil, el mismo sueño.
Y no veré más el orto en Cádiz
ni tampoco el ocaso enrojeciendo el horizonte,
ni la plata brillante de la luna
ni la calma de plato de la mar inerte,
como estará mi cuerpo sin mi alma
¡Y sin verte, Mercedes!
¡Y sin verte!
Y no volveré a ver en El Retiro
los olorosos arcos de la Rosaleda;
ni bajaré a la Puerta de Alcalá;
y no veré los toros en Las Ventas.
No viajaré más en el Tren de la Fresa
y quizás olvide de Aranjuez los jardines.
No escucharé el gozo ni llanto de campanas
¡Y se apagará para mí el azul de los ojos
de mis hermanas!
Seré sordo a las toses tabaqueras de Marga.
Y me perderé, tal vez, en la Puerta de Bisagra
de la Toledo imperial, judía y mora,
la ciudad más hermosa de Castilla,
mozárabe, cantada en cien lenguas por poetas.
Estarán a mi lado mis hermanos,
diciendo una oración, besando mi cabeza.
No pasaré más tardes con mi nieta
ni tendré sus llamadas de sorpresa.
Y recibiré el beso de mis hijos
cuando el éspíritu se salga de este cuerpo
y de esta tierra.
No voy a pasear más por tu Plaza,
Chinchón de mis recuerdos, pueblo mío,
ni subiré por tus cuestas ni beberé tu vino
ni cabalgaré tus cerros ni tus eras.
Pero estaré aquí, todo cenizas,
hasta el fin de cuando Dios
lo quiera.